Perfect Day

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4/1/20242 min read

Por muchos años me he quejado del tropo del escritor. En los momentos finales de una película o de un libro, el protagonista finalmente coloca el último signo de puntuación y vuelve a la primera página para mostrarnos el título del texto que ha compuesto. Sorpresivamente (en realidad no, para nadie) el título de la obra es el título de la película / libro / etc que hemos consumido.

¡Wow! Todo este tiempo hemos estado viendo la historia que nuestro protagonista escribió, la cuál pudo escribir por lo que vivió mientras lo escribía. Doble ¡wow!

Es un recurso habitual. Es el desatornillador phillips estándar en la caja de herramientas de los escritores, porque finalmente los escritores escriben de lo que saben y lo que mejor conocen son las dificultades en concluir una historia y el más doloroso obstáculo es arrear todas sus emociones y distracciones para canalizarlas en el singular acto de la escritura hasta llegar a ese último punto final.

En todo caso lo odio. Hasta Sam y Frodo, o más bien Tolkien son partícipes de esto. Incluso Rory Gilmore. La lista podría ser mucho más larga. Quizás me desagrada porque el escritor glorifica su labor como el viaje del héroe de su protagonista, quizás porque reduce al protagonista a ser un avatar del escritor. Quizás porque en el fondo estoy harto de origin stories y porque no quiero saber por qué alguien escribe o no algo.

Tal vez porque conocí a Hirayama.

Y Hirayama es un protagonista magnífico, Wim Wenders nos muestra un protagonista ordinario, laborioso que habita una vida repetitiva y de placeres simples. Sí, hay sutiles cambios y sucesos y adversidades en su vida, pero no están ahí para cambiarlo o elevarlo. Las peripecias no son desarrollo de personaje para culminar en una retrospectiva, sino son fugaces, partes de un siempre mutable presente. El presente es el presente. La próxima vez es la próxima vez. Creería que Hirayama refutaría el hecho de que él pueda ser el personaje protagónico de una historia, porque eso no le interesaría.

Nuestra construcción cultural está arraigada en héroes, mesías y elegidos. Disney y Star Wars y Hollywood han agotado todas las posibles formas de esta historia. Nuestro día a día está contaminado de una idea de singularidad: todos somos individuos especiales, con algún talento innato y maravilloso y al superar algún número de adversidades llegaremos a la apoteosis. A través de la oscuridad y del conflicto finalmente aceptaremos y realizaremos (en el sentido de hacer real) nuestro potencial absoluto. Paul Atreides aparece como un advertencia hacia esta expectativa mesiánica: lo que hay al final de este viaje puede resultar ser un villano.

Hirayama se sustrae de esta expectativa. Hirayama no es un individuo especial, aunque sea único. Él es, como una hoja que cae del árbol, así como todas las hojas caen. El viento lo soplará a su antojo y en su caída hara un recorrido único e irrepetible. El fin de la caída no se convierte en un nuevo inicio, no culmina un viaje ni da la oportunidad a la retrospectiva. El fin es el fin y nada más.